La cámara registra el ingreso de una larga fila de reclutas al cuartel, la dureza de los gestos, la velocidad, el tono de voz imperativo de quienes imparten las órdenes funcionan como adelanto de cómo será el clima de Eismayer. Pero dentro de esa rigidez la aparición del recluta Falak vendrá acompañada de rebeldía y sarcasmo. En esta secuencia inicial el director David Wagner sintetizará los dos elementos que atravesarán su primera película: rigidez y rebeldía.  

El día a día se vuelve una tarea difícil de llevar adelante para los reclutas, la violencia se filtra a través de gestos, palabras y golpes. La misma estructura militar se afianza a través de esa violencia, y el Sargento Eisamyer llevará adelante está convicción con rigor, aún cuando lo enfrente a sus superiores. El acierto de Wagner es ampliar el espacio que habita su protagonista, es decir, no circunscribirlo únicamente al ámbito militar, sino abrir las puertas de su casa, mostrarlo en la intimidad con su esposa y pequeño hijo. De esta manera podremos entrever algo de su interioridad, los sentimientos no son expresados abiertamente sino a través de pequeñas acciones que nos permiten dilucidar algunas de sus contradicciones. 

Mientras que la fortaleza de Eisamyer radica en su rigidez, en su jerarquía, la libertad del recluta funcionará como contrapunto. Falak vive abiertamente su homosexualidad y su identidad Yugoslava. Ambos aspectos que según las convenciones del entorno deberían ser recelosamente escondidos. Lentamente se generará una tensión entre ambos personajes, un acercamiento que moviliza la estructura del sargento. El relato se construirá a partir de estos dos hombres, sus convicciones contrapuestas y su deseo común. La composición de los planos iniciales compartidos por ambos personajes resumirá esa tensión. El director desplegará una puesta en escena acorde a la rigidez de la estructura que representa, lo hará a través de planos sobrios, colores poco saturados y un uso muy contenido de la música.  

Eisamyer es una película de personajes, pero también una reflexión sobre las jerarquías, la forma en la que se perpetua la violencia para adaptarse, la masculinidad como construcción nociva donde no hay espacio para la duda y la debilidad. Es también el salto que va de la negación del propio deseo a su aceptación. La creación de un pequeño intersticio para el amor, incluso en la estructura más rígida.