¿A qué se referirá Radu Jude con “el fin del mundo”?

Algunas ideas sobre Do Not Expect Too Much From The End Of The World (2023), de Radu Jude

Por Paloma Schachmann

Siempre aceptamos que la tragedia y la comedia se mezclan, alcanza con pensar en esas máscaras que representan el teatro donde una llora y la otra ríe y juntas representan la vida puesta en escena. Hoy, y quizás de esto se trata al final de todo este “fin del mundo” que nos muestra Radu Jude, la tragedia, la violencia o la desesperanza se mezclan, casi únicamente, con los buenos modales.

Formalmente, la película tiene algunos recursos que se repiten de sus últimas películas (y esto lo digo con agradecimiento).

El primero, el tiempo que transcurre dentro de la misma. Así como en Bad Luck Banging or Loony Porn, otra vez nos lleva a acompañar a la protagonista, Ángela, a lo largo de un día de su vida. Ángela trabaja de Asistente de Producción en una compañía audiovisual y mientras la acompañamos en su día realizando un casting por casas que se encuentran dispersas por toda la ciudad, vislumbramos el backstage de la industria audiovisual, descrito con acierto lo desequilibrado y agotador que es trabajar en una de las industrias que paradójicamente más dinero mueve.

Ángela se pasa sus primeras 8 horas de trabajo manejando para hacer un casting en el tráfico de la ciudad, un tráfico que es agresivo y lento. Con la cámara instalada en el asiento de acompañante, Jude nos hace sentir en carne propia el cansancio de la mujer a medida que pasa sus horas manejando. Ángela escapa de su agobio subiendo videos a Tik Tok, manifestando lo que piensa amparada por el tono cómico que le da un filtro que le cambia la cara por la imagen de un pibe que le permite partirse a sí misma para descargar sus pensamientos sin filtro. No la vemos ver las respuestas de los seguidores ni interactuar con nadie de esa red social, simplemente subiendo videos en los momentos del día en que quisiera parar, pero tiene que seguir trabajando.

El segundo recurso formal que se repite de sus películas anteriores es el de utilizar archivo. Mientras nos seguimos mordiendo la cola pensando en cómo definir los documentales y las ficciones, aparece el archivo como fumando en la mesa de al lado con una mueca.
Esta vez, al igual que en su última película, el archivo marca su presencia subrayado por la manipulación, remarcado con el enrarecimiento del sonido y las cámaras lentas o loops. El archivo es el de una película que también tiene como protagonista a una mujer chofer, y si bien se ve enseguida la diferencia de las épocas (Rumania comunista de Ceaucescu vs Rumania en la Union Europea), las situaciones a las que se enfrenta la chofer del archivo son en algún punto tan similares a las que va pasando Angéla -sobre todo respecto a la violencia de los hombres en la calle hacia ellas-, que parecen construir entre ambas un mismo relato, relato que se une en el momento en que las protagonistas se encuentran en la casa de una de las personas a las que Ángela va a realizar el casting. 

Ahora bien, sigo pensando en a qué se referirá con “el fin del mundo” Radu Jude en la idea que como siempre plasma tan elegantemente en sus títulos.

Yo creo que la respuesta está en una breve conversación que tiene Ángela en su auto, llegando quizás a su doceava hora laboral, con la clienta de la compañía a quien busca por el aeropuerto para llevarla al hotel. Si bien se ve en la superficie el primer mensaje político, ambas representando a Austria y a Rumania respectivamente, hablando de la explotación de las tierras rumanas por parte de las empresas austríacas o de las jornadas laborales de más de diez horas que en Rumania son normales -y que la austríaca escucha con cierta indignación-, creo que lo más profundo de ese diálogo, quizás lo más siniestro, está en la manera tan suave y educada con la que la austríaca manifiesta su postura respecto a las injusticias que le va planteando Ángela.

No es sólo la nacionalidad de las interlocutoras lo que dialoga, sino la esencia de una conversación dada entre dos personas de clases sociales opuestas, entre el jefe y el empleado, entre quien tiene la economía resuelta y quien nunca la tendrá.
Hasta ahora, las diferencias de clases se mostraban con claridad en una charla. Una conversación política entre dos personajes de clases opuestas se daba siempre con cierta tensión, con la posibilidad de percibir claramente los reclamos de una clase hacia la otra. Las multinacionales podían ser cuestionadas y cualquier empleado podía ser acusado de cómplice de contribuir a un acto producido por la compañía multinacional que lo contratara.

Hoy estamos en el mundo de la escisión. Todo está subdividido hasta tal punto que ya naturalizamos incluso partirnos en varias personalidades a nosotrxs mismxs. Ángela le pregunta a su pasajera si es cierto que su compañía está destruyendo con extractivismo los bosques rumanos, y ésta le responde que ella sólo se ocupa del área de marketing por lo que no está al tanto. Y remata: y si fuera cierto, sería culpa de Rumania por dejarlos destruir sus tierras.

La conversación continúa en un modo cordial hablando sobre los sueldos y las jornadas laborales del mundo audiovisual. No hay tensión, es una conversación que mantiene un tono amable, ninguna de las dos parece estar afectada por la realidad injusta de la que se está hablando. La resignación y la negación se volvieron la naturaleza de este fin del mundo.

Como si la película no fuera hasta ahí suficiente, aparece el plano final, casi una película aparte, una virtuosa secuencia de casi media hora donde finalmente se realiza el comercial para el cual Ángela estaba haciendo el casting.

Quizás, en realidad, lo que quiso decirnos el director en su título fue que el fin del mundo ya está entre nosotrxs porque las ficciones que creamos no son para mejorar nuestras realidades ni repensarlas, sino simplemente para ocultarlas. Las cámaras ya no representan en el mundo ninguna esperanza, ningún cambio de realidad. Tal vez, al final, tiene sentido que en la lengua más capitalista de todas, filmar se diga “shoot”. Tal vez, la cantidad de lluvia que cae del cielo sólo depende de cuánto techo tengamos para cubrirnos.

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