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Dispositivos político-poéticos de la memoria: una incursión a Cuatreros de Albertina Carri

La dimensión transmedial se expande hacia heterogéneos niveles expresivos, entrelazando múltiples capas de sentido y núcleos narrativos. Habría que afirmar que se trata de una película… pero a su vez estamos ante una video-instalación, o bien un documental de archivo, o más precisamente un ensayo fílmico, o tal vez sea mejor definirla como una ferviente incursión audiovisual hacia nublados pasajes de la (intra)memoria personal (como imágenes mnémicas, en un sentido freudiano).

Por Juan M. Velis

INTRODUCCIÓN

En general, cuando hablamos de obras que apuestan a un despliegue recursivo multimedial o transmedia en el terreno del cine, solemos dirigir nuestra mirada hacia monumentales y célebres producciones hollywoodenses propias de la cultura de masas, como Star Wars o Harry Potter. Pero lo cierto es que en el escenario latinoamericano contemporáneo podemos reconocer múltiples casos que promueven enfoques transdisciplinares, trazando reenvíos a períodos históricos (no tan) lejanos que habilitan una recuperación estética de ardientes discusiones políticas, aún merecedoras de debates (re)situados, a la luz de los tiempos que corren.
En Cuatreros (2017) de Albertina Carri, la dimensión transmedial se expande hacia heterogéneos niveles expresivos, entrelazando múltiples capas de sentido y núcleos narrativos. Habría que afirmar que se trata de una película… pero a su vez estamos ante una video-instalación, o bien un documental de archivo, o más precisamente un ensayo fílmico, o tal vez sea mejor definirla como una ferviente incursión audiovisual hacia nublados pasajes de la (intra)memoria personal (como imágenes mnémicas, en un sentido freudiano). Al mismo tiempo, hay que admitir que lo que se proyecta en Cuatreros es nada menos que un pedazo de historia argentina.
En su penúltima película (previa a Las hijas del fuego, de 2018), la cineasta encara una enrevesada investigación en torno a la figura de Isidro Velázquez, gaucho rebelde del Chaco, o Robin Hood argentino, o gauchillo matrero, o secuestrador fugitivo de la Justicia, o mito popular consagrado como emblema histórico tras la difusión del libro de 1968 Isidro Velázquez. Formas prerrevolucionarias de la violencia, firmado por el sociólogo y militante de Montoneros Roberto Carri (progenitor de la realizadora, detenido-desaparecido por la última dictadura). Evidentemente, se trata de un personaje complejo y contradictorio que motivó este inclasificable film: una obra compuesta de (por momentos) hasta cinco pantallas que proyectan imágenes en simultáneo de diversos tipos de material de archivo, mientras sobre esos destellos de tracción visual navega la voz introspectiva y meditativa de la directora.

Operativo fracaso es el título de la videoinstalación que estrenó Carri en en la Sala PAyS del Parque de la Memoria en 2015, poco tiempo antes de Cuatreros. Operativo fracaso es a su vez la expresión con la que la cineasta sentencia su travesía a la región del Chaco en un pasaje de su película: allí donde habían transcurrido varias de sus horas los cuatreros (Isidro Velázquez y Vicente Gauna, la dupla de bandoleros rebeldes), esos paisajes áridos desolados, que no terminaron provocando más que frustración y catarsis para la realizadora, como los contrapuntos formales del material nos recuerdan una y otra vez. Es que, efectivamente, Carri se frustra, pero al mismo tiempo no puede evitar declarar que «Lo importante no es tanto lo que Velázquez hizo, sino lo que significó para la gente que lo consideró destacable» (min. 50:02). Carri se frustra, pero insiste: «Velázquez es una forma política de la rebeldía, es ideología estética». Carri se frustra, pero redescubre su interior como hallazgo sensible, como ecos de un pasado que vuelve, con halos de reivindicación político-poética. Marcel Proust señalaba que la floración de la memoria involuntaria como concepto emerge en la forma de un “descubrimiento poético del interior que relampaguea en el ahora de la cognoscibilidad” (María Llorens, 2018). Precisamente: Carri frustra su objetivo preliminar de consolidar una investigación audiovisual lineal, coherente y homogénea (su motivación primera: ahondar en los contornos contextuales de la publicación de su padre, indagar en una película perdida sobre Velázquez de la que sólo se conserva una copia del guion), pero es porque las imágenes mnémicas de su pasado (la) asaltan imponiendo otras resonancias. Digámoslo groseramente: el disparador temático-conceptual pierde el rumbo ante la omnipotencia avasallante de la forma audiovisual. De alguna manera, la directora acaba siendo víctima fatal de su propia criatura monstruosa.

Ahora bien, valdría preguntarnos: ¿cuáles son las operaciones que entran concretamente en juego? ¿Cómo operan esas imágenes entrelazadas para, compositivamente, invocar relámpagos de un pasado tempestuoso que, al mismo tiempo, se revela sublime (recuperando la perspectiva que toma Nicholas Mirzoeff desde la cosmovisión kantiana: el placer y el dolor mixturados, la posibilidad de representación de lo irrepresentable)?

UNA PROPUESTA MULTIFORME

Cuando Mirzoeff define de algún modo a la Cultura Visual como aquellas instancias en donde lo visual se pone en entredicho, promoviendo el debate por incluir a la interacción social desde una perspectiva inter(o trans)disciplinaria (2003), entendemos que no refiere a la elección de un tema dispuesto a ser abordado desde múltiples perspectivas disciplinares, sino a la efectiva configuración de un nuevo objeto, que ve la luz a partir de los enlaces (y condicionamientos, contaminaciones) de un territorio que late y palpita en la obra (mas no como una extracción cristalina del afuera, del universo extra-fílmico, sino como un pretexto desencadenante para la praxis cinematográfica). Evidentemente, la cultura visual constituye también un lugar en donde se crean y discuten los significantes y los significados: «lo visual perturba el desarrollo y desafía cualquier intento de definir la cultura en términos estrictamente lingüísticos» (25). Esto es: se reconoce la imposibilidad de reducir todo a la dimensión de lo que significa, el gobierno implícito de la lógica representativa, la clausura limitante del significado textual, el territorio hegemónico de la preeminencia narrativa. Pues bien, siguiendo estas (re)lecturas, podríamos aseverar que el film de Carri resulta tan inclasificable como exótico en cuanto a su carácter objetual indefinido. No hay en Cuatreros un tema encarado desde diversas perspectivas, medios, géneros y formatos: se trata directamente de un nuevo objeto, un engendro monstruoso y multiforme.

Precisamente, no son los momentos estrictamente lingüísticos los que se apoderan de nuestra aprensión sensible en Cuatreros, sino aquellos pasajes de abrasador poder visual que (nos) generan, en términos de Mirzoeff, «admiración, sobrecogimiento, terror y deseo» (2003: 37). Mirzoeff rápidamente lo conecta con el concepto (ya referido) de lo sublime: aquella experiencia placentera que se atreve a representar lo doliente, lo truculento y penumbroso. Una satisfacción mezclada con el horror, desde Kant. En las proyecciones múltiples del ensayo fílmico de Carri, lo sublime tiene un lugar en los surcos pantanosos de lo escabroso: la directora se topa de manera sensible con la remembranza de su(s) padre(s), el fervor militante, la vibración afectiva del archivo, la reivindicación de la política estética en las imágenes, en los pronunciamientos, en las películas (Carri se conmueve con el visionado del film político Ya es tiempo de violencia, de 1969, dirigido por Enrique Juárez); pero en las cinco pantallas se reproducen los siniestros contrastes: Jorge Rafael Videla camina apacible; Leopoldo Fortunato Galtieri asevera que el mayor logro del gobierno fue lograr la paz social; estalla el Cordobazo; una cápsula publicitaria animada, infantil y didáctica, nos advierte de los riesgos de contraer enfermedades por gérmenes y bacterias provenientes de países limítrofes, nocivas para nuestro organismo (nacional) —haciendo evidente la alusión a aquellos naturalizados imaginarios de los 70: enemigo interno, terrorista, subversivo: xenofobia descarnada disfrazada de patriotismo—. Nos sirve esta observación para un valioso recordatorio: el terreno del cine es el de la dimensión ética (política), y la cuestión ética constituye efectivamente un asunto estético. La ética es la revisión consciente y situada, politizada, de un patrón moral vigente, y hacia esos horizontes es que nos desvía esta singular (y multiforme) pieza audiovisual: presenta lo impresentable, subraya los contrastes, tensiona los parámetros axiológicos, visibiliza lo invisibilizado, lo tácito, lo subliminalmente velado, lo que creíamos sepultado. «La paz… Ese es uno de los mayores logros del gobierno. Yo tengo la obligación de visualizar la paz» (min. 6:35 – 7:00), ratifica el genocida ante el micrófono de una afable periodista. Mientras, más adelante, Carri nos confiesa su epifanía: «cada vez que vuelvo a ver Ya es tiempo de violencia me reconcilio con mis padres muertos (…) si hubiese tenido edad suficiente en esa época, yo hubiese hecho lo mismo que ellos: hubiese pertenecido a una célula subversiva, sin dudas» (min. 24:25 – 25:30).

LA MEMORIA COMO INTER-PASIÓN

En tiempos de convergencia, hiperestimulación y multiversos virtuales, entendemos que el concepto de memoria se ve poderosamente trastocado; esto constituye un aspecto central para tener en cuenta. Siguiendo a José Luis Brea (2007): «la imagen como gran memorial del ser se ve profundamente alterada (…) la disposición mnemónica se altera para dejar de darse bajo la prefiguración de la conservación y el recuerdo, abandonando la promesa de duración» (150). El nuevo régimen escópico es eminentemente psi, esto es: de carácter mental, ya no archivístico en cuanto a su energía simbólica, y tendiente a la generación de procesos de socialización y comunidad (Brea, 2007). Vale decir que, cuando hablamos de producción de comunidad, hacemos referencia a su vez a la noción de identidad, entendida en tanto proceso, mas no como un constructo formal museológicamente estereotipado y catalogado bajo etiquetas taxativas de universales circuitos de exhibición. Ámbitos que pretenden legitimar cómo deberían ser representados los repetidos (y atrayentes) tópicos de la identidad y la memoria nacional, como si se tratase de un deber ser ontológico y esencialista. Todas estas aproximaciones y concepciones tienen lugar en Cuatreros: Carri no remueve intersticios del pasado con mesura arqueológica, sino que se presentan audiovisualmente a modo de resonancias, como imágenes fantasmales, puesto que no estamos ante un proceso creativo de invocación a plena voluntad: son imágenes de inter-pasión como imagen mnémica (Brea, 2007). Imágenes que obnubilan como un flash apuntando directamente hacia nuestros ojos.

Podemos enlazar esta perspectiva con la noción de inconsciente óptico desde Walter Benjamin, recuperada por el propio Brea: «habría en lo óptico percepciones sutiles que se nos escapan, pero que el ojo mecánico de la fotografía o el cine sí perciben» (146-147). Es decir: hay algo que el artificio enunciativo del cine ve (y oye) que nuestra limitada cognición no puede terminar de procesar, expresar ni inteligir. El cine y su (pre)potencia simbólica: el universo de lo cognoscible es mucho más amplio que el espectro de lo meramente visible o audible. He aquí, entonces, la importancia de ponderar los esfuerzos poéticos que nos brindan estas películas, en tanto nos permiten avanzar hacia nuevos horizontes cognoscibles, para caer en la cuenta de que el cine también puede promover la producción de conocimiento situado (una empresa que parece siempre pendiente a ser revisitada y jerarquizada). En la(s) mirada(s) múltiple(s) de Carri, todas esas suertes de punctums concedidos por la energía simbólica de un inconsciente óptico que sigue vigente (revelando surcos insospechados del pensamiento, sensaciones inefables o resonancias de memorias involuntarias) encuentran un lugar dentro de la expansiva noción de las e-images (con su desenfrenado y transmediático transcurrir), sin dejar de admitir retroproyecciones virulentas a un pasado latente.

Enfatizamos, entonces, una vez más: Cuatreros es un caso ejemplar, como otros tantos, en donde la (pre)potencia simbólica del cine arroja luz a una concepción experiencial, no-lineal y vital (nunca estéril, nunca estanca, nunca muerta) de la memoria. Una memoria que no existe sino en tanto materialidad.

DISPOSITIVOS DE LA MEMORIA

En este juego de exploraciones múltiples, laberínticas y dialécticas, la realizadora reúne elementos y materiales diversos para rearticularlos y refundirlos en una única pieza multidimensional que dispara complejas proyecciones. No podemos negar que esto constituye, a su vez, un perfecto ejemplo gráfico (material) de la proyección de los pasadizos internos de la memoria. Carri, de manera más o menos consciente o sintomática, descontextualiza (y re-contextualiza) esa amalgama de ecos neblinosos para desdibujar por fin su aura sacralizada. En el acto político-montajístico de forzar un nutrido diálogo entre esa catarata de imágenes y sonidos, la directora asume un contagio profano, bello concepto de Agamben: «un tocar que desencanta y restituye al uso lo que lo sagrado había separado y petrificado» (2011: 5). La reverencialidad del recuerdo objetificado (auratizado) se derrumba para dar paso a una poderosa distribución energética de fuerzas dinámicas, de flujo constante y transmutable. Al mismo tiempo, Cuatreros supone la posibilidad de una ejecución lúdica de este mencionado contagio profano: para lograr la apropiación a partir de un compendio de polifónicos imaginarios, dolientes y tumultuosos, la irreverencia recursiva del juego como estallido formal motorizado por las potencialidades del montaje permite desafiar la pátina de solemnidad de ciertos archivos, así como la explicitud truculenta de otros. El juego en el arte, definía Gadamer, implica la instauración de un espacio-tiempo del orden de lo extraordinario: una realidad paralela a la lógica de lo cotidiano que se desentiende de los márgenes impostados por la convención representativa más paradigmática (1991).  En este sentido, lo que opera en Cuatreros es:

un distanciamiento que va marcando rupturas y desmontajes, rompiendo la ilusión de continuidad cronológica y de imitación de la imagen fílmica. Así lo comprobamos ante la presencia de una cantidad de fragmentos de películas, publicidades, noticias periodísticas, propagandas, imágenes heterogéneas sacadas de su contexto de origen y puestas en relación con otras imágenes que juegan un contrapunto disonante con la voz en off (…). Hay un uso del archivo que libera a la imagen de sus prescripciones representacionales (María Boero, 2021: 3).

Como venimos adelantando, el uso de las cinco multi-pantallas (de diferente formato y ratio de aspecto) dotan a la película de un cierto régimen estético-formal que podría definirse como fractal, un tipo de estructura propia de los nuevos medios (Manovich, 2005). De algún modo, se trata de reconocer que cada uno de los micromundos que Cuatreros ofrece, son susceptibles de ser segmentados y concebidos como unidades, colecciones de muestras discretas, siguiendo a Manovich: «identidades por separado» (9) que, no obstante, permiten ser abordadas de manera interrelacional y global. Por esto mismo, vale también puntualizar que Cuatreros es una obra hipermedia: si entendemos a la idea de hipervínculo como una conexión entre dos elementos o más, o como «una red de nudos que contienen información y que están conectados entre sí por enlaces relacionales» (10), sólo resta aceptar (y asumir) el juego que la obra nos propone: atar cabos para (re)nutrir y (re)elaborar sentido(s) desde una expectación que nunca es del todo inocente.

La voz off de Carri cumple un rol central y preponderante, al igual que los demás recursos y registros: la multiplicidad de ramificaciones metadiscursivas que la película expone permiten poner en tensión la idea universalizante de la objetividad como un constructo global, la falsa transparencia de lo real en tiempos de encapsulamientos de identidad(es) y fragmentación en burbujas virtuales individualizantes. Insistimos, entonces, con esto: en las capas y subcapas de Cuatreros todos esos microuniversos funcionan (se retroalimentan) de manera interactiva, pero a su vez admiten la dimensión de umbral, de apertura de mundos en cada una de sus posibles variables rizomáticas (Camblong, 2018), micromundos que la película va abriendo y habilitando.

IDEAS FINALES

En las escenas finales de la película, Carri reflexiona sobre los conflictos conyugales con su esposa. Es inevitable: las consternaciones cotidianas son el caos que nos mantiene vivxs y que justifica la densa mezcla de emociones, dramas y pesares que nos constituye como seres humanxs. «La frase “ahora tengo una familia” parece destruirlo todo» (min. 1:15:30 – 1:15:38), sentencia ella misma. Cuatreros parece decir(nos): esto último no es menos importante que el sedimento histórico de marcas imborrables y nombres propios resonantes como el de Isidro Velázquez, la identidad que retumba cada vez que Carri recuerda a su padre. Aquí también tiene un lugar la ambivalencia del sentido, pues Cuatreros no es un documental histórico sesgado en el pasado (de memoria archivística, volviendo a Brea); es más bien la herencia simbólica de un legado que es siempre tesoro y penumbra, secreto y revelación, luz y sombra, oscilación constante. Es una identidad que se reconstruye y se retroalimenta; que rechaza el encorsetamiento en un género fijo, o bien los desplazamientos expresivos más estereotipados o típicos del documental de archivo, para agitar otras contexturas y percepciones sensibles, que resultan siempre fructíferas para el arrebato y la reflexión crítica y situada sobre el cine contemporáneo.

REFERENCIAS

– Agamben, G. (2011) ¿Qué es un dispositivo? En Arte y Pensamiento, Universidad Nacional de Andalucía.

Boero, M (2021). Los tiempos del afecto. Archivo, distancia, memoria: una aproximación a Cuatreros de Albertina Carri. Recuperado de: https://bibliotecavirtual.unl.edu.ar/publicaciones/index.php/ElTacoenlaBrea/article/view/10633/14544

– Brea, J. L. (2007). Cambio de régimen escópico: del inconsciente óptico a la e-image. Recuperado de: https://www.fadu.edu.uy/estetica-diseno-ii/files/2019/03/cambio-de-r%C3%A9gimen-esc%C3%B3pico-completo.pdf

. Carri, R. (1968). Isidro Velázquez. Formas prerrevolucionarias de la violencia. Sudestada, Buenos Aires.

– Gadamer, H. (1991). La actualidad de lo bello: el arte como juego, símbolo y fiesta. Barcelona.: Ediciones Paidós.

– Llorens, M. (2018). La memoria involuntaria: Marcel Proust y el descubrimiento poético del interior. Un análisis desde la perspectiva filosófica de Walter Benjamin. Recuperado de: http://www.scielo.org.pe/pdf/arete/v30n2/a06v30n2.pdf

– Manovich, L. (2005). ¿Qué son los nuevos medios? En El lenguaje de los nuevos medios de comunicación. Paidos.

– Mirzoeff, N. (2003) Introducción. En ¿Qué es la cultura visual? Una introducción a la cultura visual. Paidós.

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