Crónicas de una santa errante (2023), de Tomás Gómez Bustillo

De entrada, podríamos decir que hay una búsqueda de trascendencia en el hecho de que en su ópera prima, el director Tomás Gómez Bustillo tenga como protagonistas a dos actores consagrados de la dramaturgia argentina: Mónica Villa (Esperando la Carroza, Sofía, La Niña Santa) y Horacio Marassi (Hombre mirando al sudeste, Asesinato a distancia, Plata quemada). Iniciar una filmografía de largometraje con dos nombres que forman parte de la historia del cine de un país no es un detalle menor. La elección de los actores nunca es algo banal, sobre todo en el caso de personajes que son personas mayores. Al final, con tanta experiencia, es inevitable que cada actor y cada actriz imprima en la pantalla su larga trayectoria y su credibilidad, que contribuya simplemente con su presencia a la trascendencia de una ópera prima. En el caso de Crónicas de una Santa Errante, que llegó hace pocos días a las salas argentinas, esta elección parece dialogar con el contenido de la película, que habla básicamente sobre cuáles son los caminos de trascendencia que todos buscamos a lo largo de la vida.

La historia se desarrolla en un pueblo de provincia donde vive la pareja formada por Rita (Villa) y Norberto (Marassi). Ella es una mujer religiosa que se dedica a limpiar y cuidar la iglesia con un grupo de vecinas. Él trabaja en un bar local y, a diferencia de la esposa, que busca su trascendencia en la fe católica, Norberto hace su búsqueda a través de la música, la naturaleza circundante y un poco en la nostalgia de un tiempo en que los dos realizaban viajes aventureros. Lo que parece ser un retrato de costumbres sufre un giro inesperado que empuja la película hacia el realismo fantástico, sin perder su tono cómico y un poco emotivo.

Con un juego de códigos y explicaciones para fenómenos como los milagros, los acontecimientos misteriosos, la vida y la muerte, Crónicas de una Santa Errante aborda la necesidad humana de trascendencia de manera suficientemente dulce para que no nos angustiemos frente al “no saber” de la vida; al contrario, para que disfrutemos de nuestra ignorancia frente al misterio, que es la condición que nos abre espacio para la invención, la música, el arte, el cine.

Tener en su ópera prima nombres que forman parte de la memoria del arte dramático de una cultura es, además de un privilegio, una forma de reverenciar a los que vinieron antes, que nos condujeron a todos por los caminos de la invención antes de que pudiéramos transitarlos nosotros mismos. Es, quizás, un deseo de registrarse junto a ellos en la historia del cine. Un deseo de trascender.