“Mi caída sin fin a mi caída sin fin
en donde nadie me aguardó
pues al mirar quién me aguardaba
no vi otra cosa
que a mí misma”.
Alejandra Pizarnik.
Hace unos días regresé del 65° Internationale Kurzfilmtage Oberhausen (Alemania) tras competir en la Competencia Internacional con Caída, un pequeño film realizado en formato súper 8 y editado en cámara. Minutos antes de presentarlo ante el público me preguntaba: ¿este film es una vez más la piel mal suturada en mí…?
La soledad no se encuentra, se hace. La soledad se hace sola. Porque decidí que era allí donde debía estar sola, donde estaría sola para escribir…(Marguerite Duras) y filmar, aullar el dolor, llorar… y una desesperación peligrosa, lacerante se iniciaba en mí: no hacer cine nunca más, no filmar nada más… Necesitaba devolverme a lo primario y necesario. Venirme abajo, sin cadencia sin orden, una caída libre contra lo deshabitado de mí. Y así, lo cuantiosamente callado saliéndose por todos mis márgenes.
La caída nunca es voluntaria, es un encierro turbado y cercano al extinguirse bajo un cielo cortado. Y el cuerpo harto. Y también gastado por un hundirse progresivamente en el silencio. Un golpe. Lento. Intimo. Insoslayable. Mi cuerpo desoído, despedido, entre convulsiones invisibles.
Caer. Y en un después, deshacer las restricciones de lo rectilíneo, curvilíneo y elíptico.
Caer para obrar mi cuerpo en la infinidad y multiplicidad de gestos aliviadores.
Caer para enfrentar mis inmovilidades y deslegitimidades.
Caer en una metafísica instantánea enloqueciendo la repetición de temores que aún resuenan en mí. Después encontré una explicación provisoria.
Demasiado tiempo persistí en mi camino, solitaria. (Margarite Yourcenar).
Permanecí inaccesible, en los confines de la escritura y lectura como respiración y certidumbre. Lo demás estaba allí desplomándose, disipándose y yo caminando sobre una montaña de ficciones y escombros entre indecisiones y divisiones. Estaba en todos lados y a la vez en ninguno. Todo se conjugaba en un demasiado tarde.
Por momentos sentí que moría de soledad, de amor, de odio y de todas las cosas de este mundo. (E. Ciorán)
Necesité pensarme debajo de un arco vacío. El universo no abarca la perennidad del dolor. Todo eso se mal amontona en uno: mi cosmogonía del silencio.
Caer para interrumpirme y luego unirme a una nueva dialéctica y en una posibilidad de enunciación en un punto determinado:
Pude nombrarte.
Pude visibilizarme en sustancia lastimada. Pude magnificarme desde la mensurabilidad del dolor al amor, para derramarme de ahora en más en todo lo que acontezca⚫