“El tiempo como materia de la memoria“
Por Mauro Lukasievicz
Treinta y tres años pasaron desde que Jake Williams se instaló en un rincón remoto de Aberdeenshire. Trece desde que Ben Rivers, con su habitual mirada entre el asombro y la contemplación, le dedicara Two Years at Sea, esa película de imágenes rugosas y tiempo suspendido. Ahora regresa. A la casa, al bosque, a un cuerpo envejecido, a la posibilidad de filmar no lo que cambia, sino lo que persiste. Y en ese gesto de retorno se inscribe Bogancloch, más que como una secuela, como un eco, como una resonancia demorada de aquella primera expedición cinematográfica.
Pero el tiempo aquí no avanza, ondula. No se mide por relojes ni acontecimientos, sino por estaciones que se suceden, cabellos que se vuelven blancos, cuerpos que se mueven con más lentitud. Si Two Years at Sea era ya una reflexión sobre la duración y la soledad elegida, Bogancloch profundiza esa exploración hasta convertirla en una forma de existir. No interesa el origen de este aislamiento, ni se propone una explicación moral o psicológica. Se trata de habitar el presente con la intensidad de quien lo mira todo por última vez.
Desde los primeros minutos, se percibe que algo ha cambiado. Williams regresa con su caravana, pero el vehículo que la arrastra es más moderno. Algo ha hecho en estos años: ha viajado, ha ganado dinero, ha vivido otras vidas. Las fotografías que se intercalan –en color y deterioradas– nos muestran ciudades lejanas, carteles en árabe, recuerdos de una juventud probablemente marinera. También suenan cintas en árabe que Williams escucha como si acariciara una herida. No importa si estuvo en Dubái o en otra parte: lo que importa es que el tiempo ha dejado marcas, y Rivers las filma sin interrogarlas.
Como en otras obras de Rivers, la película no ofrece narración, ni drama, ni desenlace. Se construye a partir de fragmentos: un hombre camina por el bosque, arregla cosas en su cabaña, se detiene a mirar el paisaje, canta solo canciones viejas, enseña ciencia a un grupo de niños en una escuela rural. En esa clase, en la que explica los movimientos de los planetas, se traza una línea directa con el eje central de la película: el tiempo como ciclo, como estructura cósmica que ordena la vida, la muerte y la memoria.
En este mundo, la soledad no es aislamiento. Jake se encuentra con excursionistas, se sienta junto al fuego a cantar canciones tradicionales escocesas, sonríe. Hay una calidez en esos encuentros que desmonta cualquier imagen romántica del ermitaño como figura triste. De hecho, si algo revela Bogancloch es que la elección de Jake no es una huida, sino una forma de estar en el mundo con más intensidad, con más atención. Vivir así implica escuchar los sonidos que la velocidad cotidiana nos arrebata: el crujir de las ramas, el roce del viento, los huesos rotos de un pollo entre los dientes de un gato. Todo suena más cerca, más íntimo, como si la película no fuera tanto una observación como una respiración compartida. Rivers mantiene una distancia visual respetuosa, sin invadir, sin subrayar. Jake se funde con el entorno, se vuelve parte del paisaje. Pero el sonido –vivo, preciso, casi táctil– lo rescata de la disolución. No es casual que el primer gesto articulado de la película sea una canción. Ni que entre los momentos más conmovedores esté su interpretación de “Blue Skies”, como si aún creyera en algún tipo de esperanza, por mínima que sea.
Si hay momentos que parecen más forzados –una escena en color que rompe la estética predominante, por ejemplo–, no alteran la experiencia general de la película. Porque Bogancloch no busca impactar, ni reinventarse. Su ambición es más silenciosa: registrar una vida en su devenir, sin explicarla, sin juzgarla, simplemente acompañándola. Quizás por eso, al final, lo que deja no es una historia, sino una sensación: la de haber estado allí, en ese lugar apartado del mundo, tocando un poco de pasto, dejando que la lentitud nos devuelva algo de nosotros mismos. Bogancloch no es una película sobre la soledad, sino sobre una forma de presencia. No cuenta una vida, la observa. No explica el tiempo, lo deja pasar. Y en ese gesto simple y radical, encuentra una forma de resistencia: contra la prisa, contra el ruido, contra la necesidad de comprenderlo todo. Porque no se trata de saber quién fue Jake Williams, sino de aceptar que, como él, todos somos apenas figuras pasajeras entre las estaciones.

Titulo: Bogancloch
Año: 2024
País: Reino Unido
Director: Ben Rivers