“Flores de un pantano”
Por Martin Haczek.
Beginning (2020) comienza —si se nos permite la redundancia— con un largo plano fijo de una misa. La escenografía es mínima: posicionados en el fondo de la sala, vemos los bancos donde se sentarán los participantes, una pantalla para proyector detrás del altar y una tarima con micrófono, ligeramente a la derecha del centro de la imagen. Una alfombra en forma de ele conecta la puerta principal del templo, a la izquierda del plano, pero fuera de campo, con el altar, dividiendo en dos las filas de asientos, como suele suceder en las iglesias. Entra una mujer con un grupo de niños y los obliga a ponerse contra la pared a modo de reto. En algunos minutos sabremos que el castigo es por “jugar al futbol”. De a poco, llegan, luego, los feligreses. Saludos mediante, la mujer apaga la luz y un hombre se dispone a comenzar la misa. Se proyecta sobre el fondo un cuadro de Caravaggio, el que retrata la misma historia (“aparentemente sencilla y extraída de la biblia”, según aclara el reverendo) sobre la que gira la reunión: el sacrificio de Isaac en manos de Abraham. En el exacto momento en que el cura interpela a los congregados con una frase clave —“partiendo de esta historia: ¿cómo debe comportarse un auténtico cristiano en la vida diaria?”— la iglesia se ilumina apenas, de forma sutil pero perceptible. Algo intervino desde el fuera de campo: parecería que alguien abrió la puerta. Un segundo después, una bomba molotov cae sobre los congregados. Luego, el pánico: el fuego toma la alfombra y comienza a crecer en el interior. Lo obvio sería escapar, pero los gritos indican permanecer adentro, ya que afuera se encuentran quienes están realizando el ataque. Mientras intentan apagar el incendio, se abre la puerta trasera, junto al altar, y vemos cómo alguien lanza una segunda bomba. El fuego comienza también a entrar desde afuera de la iglesia, por las ventanas. A tono con el tema central de la misa la escena finaliza con un plano de obvias reminiscencias tarkovskianas: vemos las espaldas de los feligreses contemplando cómo arde su iglesia.
Si nos tomamos el trabajo de pormenorizar la escena es porque allí parecen estar los nudos centrales de la ópera prima de la georgiana Dea Kulumbegashvili. En cuanto a lo visual, el cuidadoso trabajo con el espacio y las coreografías corporales que en él se desarrollan, con una predominancia casi obsesiva de los planos fijos y la ausencia de movimientos de cámara, que sólo se dan en momentos claves de la película. Por otro lado, la tensión que se produce entre la violencia que se esconde fuera del plano, en lo no visible, y el interior que arde a nuestra vista puede pensarse como el eje organizador de gran parte de los acontecimientos de Beginning: allí encuentra su registro narrativo. Evidente resulta también la importancia de la frase interrumpida por la bomba: cómo las prácticas religiosas determinan modos de vida y prefiguran la subjetividad de los practicantes. La escena tiene la misma contundencia que la molotov y se podría escribir bastante más sobre ella —la alusión al sacrificio en la misa, por ejemplo, que termina de cerrar su sentido sobre el final de la película. Hay, quizás, un detalle más sobre el que vale la pena detenernos: que la primera escena de una ópera prima contenga tanta información, tal concentración de capas de sentido, y que lo haga con esa capacidad de síntesis y belleza visual, es un hecho no menor. Aunque la metáfora peque de obvia, estamos ante una obra que se anuncia con la fuerza de un cóctel explosivo.
Alrededor de este ataque se organiza la anécdota de Beginning: David, el líder de la iglesia decide hacer la denuncia en la comisaría local, a sabiendas de que no hay voluntad para ir contra los atacantes. Su mujer y personaje principal de la película, Yana, es acosada por la policía, en un principio, para que convenza a su marido de desistir en las acciones legales, aunque la finalidad de esos acosos se desplace, abandonando la primera instancia coercitiva: ya no hay una finalidad del acoso o, mejor dicho, él es su propia finalidad. Así, la película se organiza en relación a dos formas de violencia: la que se calla y se guarda para el fuero personal, la explícita en la relación patriarcal entre Yana y su marido, la que la propia protagonista también ejerce sobre su hijo, la que los policías ejercen sobre la familia. Hay todo un juego en relación a lo que es visible o no en la imagen: son numerosas las escenas en las que la acción se completa con el fuera de campo, mientras sólo vemos a Yana sobre una escenografía casi mínima o los planos en los que el espacio se apaga e ilumina; hay, entonces, una organización sensible en Beginning sobre lo que se puede ver y lo que no, sobre los efectos nulos de lo visible y los concretos de lo oculto. La iglesia que arde ante nuestra vista, en la primera escena, parece ser un refugio poco desdeñable ante la amenaza de lo que permanece por fuera de nuestra visibilidad. A partir de este procedimiento se organiza gran parte de su tensión narrativa, que por momentos roza lo desesperante, como si en cada plano pudiera entrar desde el fuera de campo una tercera molotov.
Otro detalle sobre el que recae la constante incomodidad que produce Beginning son los pensamientos de su protagonista. Ante la decisión de callar los ataques, ¿qué sucede en su cabeza? En la larga toma (de alrededor de ocho minutos) en la que reposa sobre el pasto mientras sólo vemos un primer plano de su rostro resulta casi imposible no pensar en la interioridad de Yana. A su vez, los motores y efectos de la violencia no son presentados de una forma maniqueísta. El peso de la organización simbólica religiosa del mundo recae sobre ella, pero a la vez también ella es un vector de un entramado de circulación social de la violencia. La película no presenta una forma vertical y unívoca de distribución del poder y su ejercicio. Por el contrario, los distintos personajes participan de él en roles, niveles e intensidades propias. Así, las comunidades en las que los sujetos se relacionan (la familiar, la iglesia, el matrimonio, el pequeño pueblo) son puntos de un entramado que reproduce en distintas escalas la violencia y las relaciones de poder.
La película ha generado algunas polémicas en el mundo de la crítica de cine que no me parece pertinente glosar aquí en detalle. Sólo me interesa hacer algunas menciones, ya que, al estar al tanto de su existencia, esquivarlas sería algo deshonesto. Proponer que la película funciona como una fábula religiosa me parece, siendo benigno, una lectura errónea. Pensaría que se trata de lo contrario: de cómo recae sobre la protagonista el peso de su propio modo de organizar simbólicamente el mundo, de cómo sufre y ejerce la violencia en simultáneo, incluso contra ella misma. Acusarla de esteticismo vacío también me parece desacertado: muchas de las decisiones estéticas que organizan el entramado visual de la película son solidarias con la forma en que el film decide abordar los hechos narrados. La relación entre qué se cuenta y cómo se lo cuenta es evidente y no veo allí, bajo riesgo de equivocarme, onanismo técnico superfluo. Si es o no una película hecha a medida del ojo de programadores de festivales europeos que lo digan los programadores de festivales europeos; carezco del trajín en esos ámbitos para disertar sobre esas cuestiones. Por último, la acusación de buscar belleza en los momentos en que se narra algo abyecto me parece algo más atendible, aunque no la comparto. Quizás el cine no sea otra cosa que arrancarle al mundo fragmentos de su belleza para echárselos en caray preguntarle, con ellos, por qué es cómo es. La perfección técnica de un plano no banaliza lo terrible de lo narrado; lo ilumina de un modo distinto para modificar nuestra percepción del mundo y, así, poder criticarlo, incluso en su belleza más nauseabunda —y, de hecho, a través de ella. ¿El número de premios que recibió es exagerado? ¿El circuito de festivales la endiosó de forma desmedida? No lo sé. Pero Beginning tiene varias escenas memorables, de verdadero cine. Y eso no es poco. Más bien lo contrario.

Titulo: Beginning
Año: 2020
País: Georgia
Director: Dea Kulumbegashvili
