Barzakh (2019), de Alejandro Salgado

“Perdidos entre dos mundos”

Por Sebastián Francisco Maydana.

Dos jóvenes musulmanes esperan tomando té y fumando. Esperan en un Purgatorio rocoso y oscuro, noche tras noche auscultando la luna en busca de la señal que anhelan. Las canciones que cantan para pasar el tiempo hablan de ese anhelo, que es embarcarse para cruzar el mar abandonando África por una vida mejor en Europa. Se animan entre sí contándose historias de sus amigos que lograron cruzar y son ahora exitosos. No hablan, por otro lado, de aquellos que no llegaron nunca, engullidos por el mar o por la noche, perdidos entre dos mundos.

Aparentemente, barzaj es la palabra árabe para limbo, para un lugar entre dos. Es precisamente la situación de nuestros protagonistas anónimos, a quienes nunca vemos del todo bien, amparados como están por la oscuridad y la roca. A veces, cuando alguno acerca un encendedor a su cara para prender un cigarrillo, alcanzamos a ver una mueca e intentamos adivinar lo que piensan. Son personajes construidos a partir de fragmentos de conversación, de siluetas y canciones, pero ello no impide que simpaticemos con su causa que es la de llegar a ser alguien. Entre ser y no ser está esa espera aplastante, pero es un rito de pasaje que tienen que atravesar como tantos otros jóvenes africanos.

Con una fotografía nocturna realmente notable, y un ingenioso montaje que logra comunicar el paso del tiempo sin poder mostrar la clásica itinerancia entre el día y la noche, Alejandro Salgado construye un mundo liminar poblado casi exclusivamente por sombras y esperanzas. Un faro arroja como un metrónomo haces de luz que iluminan de a porciones esa tierra marroquí que España reclama como suya, Melilla. Difícil no trazar un paralelismo con las luces de reflectores que recorrían las calles de Casablanca en la segunda guerra mundial, cuando era un protectorado francés y los refugiados europeos esperaban en el bar de Rick con la esperanza de obtener un pasaje a América.

El rito de paso implica abandonar algo para pasar a un estado superior, a la adultez. Los jóvenes protagonistas dejaron su hogar y su familia, y cuando abandonen el bar-zaj en que se encuentran están seguros de acceder a una vida mejor y quizás conocer a su Ingrid Bergman. Sueñan con volver a Marruecos algún día como turistas, adinerados y exitosos. Quizás lo logren. Por ahora, sólo pueden hacer tiempo.

Barzakh es una película sobre la espera, sobre lo liminar de una situación en un lugar liminar que no es ni africano ni europeo, ni viejo ni nuevo. Es un retrato lejano, quizás demasiado estático, que quizás se apoya demasiado en la belleza de su fotografía. Pero el goce estético no puede por sí mismo apuntalar una historia que se detiene antes de empezar, porque no está segura de tener éxito.

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