“En la penumbra de la imagen“
Por Laura Santos
Bardo se presenta como una obra cinematográfica que va más allá del simple registro documental para adentrarse en un ámbito sensorial y poético. Inspirándose en la práctica tibetana del yangtik, Viera Čákanyová realizó un retiro en completa oscuridad durante varios días, en los que registró sus pensamientos, recuerdos y visiones mediante una grabadora. Estas grabaciones, que luego se transformaron en una voz en off con un tono profundo y, en ocasiones, irónico, constituyen el eje narrativo del cortometraje, que combina la intimidad confesional con reflexiones filosóficas.
La pieza visual que acompaña esta narración está elaborada con imágenes generadas por inteligencia artificial de bajo costo, que representan el fenómeno de los fosfenos: esas luces y formas abstractas que emergen cuando los ojos están cerrados o sumidos en la oscuridad total. El resultado es un flujo de imágenes que parecen estar en constante mutación, con una textura que recuerda los negros intensos de Pierre Soulages y las superficies erosionadas características de Anselm Kiefer.
En estas imágenes, se distinguen fragmentos figurativos —un temblor de tierra, una cicatriz, una golosina de la infancia socialista— que se desvanecen y reaparecen en un proceso continuo de transformación. Más que ilustrar el texto de forma literal, las imágenes y la voz establecen una relación dinámica: mientras las imágenes parecen contener y detener, la voz actúa como un elemento liberador que amplifica su significado.
Lejos de limitarse a documentar una experiencia espiritual, Bardo funciona como un dispositivo perceptivo que cuestiona las conexiones entre tecnología, representación y experiencia subjetiva. La directora utiliza esta sencilla inteligencia artificial para dar forma a lo intangible: la expansión y fragmentación de la mente durante el encierro en la oscuridad. La ralentización de las imágenes y la superposición de fotogramas generan una atmósfera pictórica que difumina la línea entre lo real y lo onírico.
Finalmente, la película expresa una reflexión sobre la disolución del yo y el deseo de trascender la condición humana. Čákanyová comparte su anhelo de transformarse en corteza, topo o árbol, explorando así la relación entre el ser humano y la naturaleza desde una perspectiva no antropocéntrica. El cierre del cortometraje, con un retorno a la luz blanca y un fragmento de vegetación iluminada, funciona como un contrapunto que señala la dualidad entre oscuridad y luz, encerramiento y liberación.