“El lugar del vacío”
Por Ivan Garcia.
Llega al catálogo del BAFICI esta adaptación de la novela homónima de Martín Kohan, protagonizada por Guillermo Pfening. Si bien la narrativa de Kohan suele circular alrededor de la dictadura militar del ’76, con distintos acercamientos, Bahía Blanca es una novela que no se enfoca en ese período sino en la psiquis de su protagonista, sus conflictos personales y un viaje a la ciudad que le da título a la obra.
El film de Caprotti posee una visión propia, si bien por momentos utiliza recursos típicos de la adaptación novelística, como es el caso de la narración en “off” en primera persona. Sin embargo esto puede considerarse un detalle, y no hay un abuso de este recurso. Por otra parte la narración visual recae más que nada en las buenas interpretaciones del elenco, ya sea Pfening, Elisa Carricajo, o Javier Drolas como el particular vecino que le toca en suerte al protagonista en su arribo a la ciudad.
El argumento no es de mayor importancia en la película, ya que los hechos, a grandes rasgos, consisten en la llegada de Mario a Bahia Blanca, con la excusa de investigar para un trabajo o tesis universitaria sobre la figura de Ezequiel Martinez Estrada. Una vez ahí deambula por las calles sin encontrar el museo que busca, conociendo a una chica que atiende un locutorio y otros pocos personajes que aparecen en aquella fantasmagórica ciudad. Lo interesante es el planteo estético de la ciudad como espejo del protagonista. Mario esconde un secreto que lo obligó a huir de Buenos Aires, y no lo menciona porque evita en todo momento pensar en él, y se genera esa sensación de vacío, de que en aquella ciudad nada hay para encontrar, no hay nada que pensar o hacer concretamente. Así Mario pasa los días evadiéndose, con su trabajo, en discusiones sobre la culpa y el rencor con los testigos de Jehová que tocan a su puerta, o relacionándose con la chica del locutorio que se prostituye en un bar cercano por las noches.
El trabajo con los colores es a la vez un buen reflejo de este vaciamiento, de esta predominancia de lo mundano, ya que la paleta se constituye principalmente de blancos, grises y marrones. Las actuaciones apagadas y de expresiones distantes refuerzan esta idea. Un problema que resulta particularmente molesto, en oposición al ambiente diurno, es el de la iluminación nocturna: Siempre se encuentra la brillante luz azul, como de neón, que puede ser característica por ejemplo del sucio bar al que acude Mario, mezclada con otra que oscila entre el lila y el rojo. El problema es que en otros contextos donde resulta notablemente inverosímil también predomina siempre esta brillante iluminación azul: bares, calles, incluso en la casa del protagonista.
Otra cuestión que le quita verosimilitud es lamentablemente el desarrollo de la trama (ciertos pasajes en particular) o los extensos diálogos de los personajes, que suenan muy pomposos e inverosímiles la mayoría del tiempo, al igual que sus reacciones cuando hay alguna revelación o cuestionamiento. El ambiente de tedio que permea toda la película, si bien intencional, también la hace sentir un poco lenta y repetitiva, aunque esto no es un gran problema ya que la duración no llega a la hora y media.
Quizás los diálogos o encuentros funcionen mejor en la novela original, pero en el lenguaje audiovisual pierden fuerza y se siente más lo forzado e inverosímil de las palabras y los hechos. El fuerte de la película de Caprotti está en el ya mencionado uso de los espacios y colores como reflejo de la mente del protagonista. Es una forma de sentir una primera persona, o un acercamiento al personaje que no termina de ponernos en su piel, ya que sus acciones son más que cuestionables, y nos distancian lo suficiente como para poder o no sentir cierta empatía por él y sus conflictos.
Titulo: Bahía Blanca
Año: 2020
País: Argentina
Director: Rodrigo Caprotti