A Portuguesa (2018), de Rita Azevedo Gomes

“Retrato del aburrimiento”

Por Mercedes Orden.

Una pareja se casa. Los flamantes marido y mujer viven en una especie de luna de miel hasta que al señor Von Ketten le llega el turno de ir a la guerra mientras ella se queda instalada en Italia a cargo de su pequeño hijo. Bueno, en verdad, lo último no es tan así: un séquito de criadas la acompañan y son ellas las que lo hacen dormir, lo bañan y juegan con él asegurándole a la joven que ya llegará el día en que surja su instinto maternal. Algo que parece no llegar a suceder, como tampoco ocurre con el nacimiento de su segundo hijo. De modo que ella, la portuguesa (Clara Riedenstein), carga con cierta rebeldía mientras un dedo acusador la sigue por el hecho de no cumplir con los mandatos socialmente asignados a las mujeres de su época. Rebeldía que este film de época no trata de enfatizar de manera torpe, como ocurre en reiteradas producciones, sino que lo desarrolla a través de quiebres que lleva a cabo la protagonista tomados a modo de gestos de irreverencia.

Rita Azevedo Gómes apuesta a la libertad que la caracteriza apelando a una seguidilla de planos secuencia para narrar la historia de esta joven y ser fiel a su estilo retomando múltiples disciplinas artísticas para dar vida a su narración. En A portuguesa, la pintura y el teatro se convierten en los elementos más fáciles de reconocer en la composición de las escenas. Si bien el primero tiene un peso indiscutible que estalla en cada cuadro, resulta fundamental tener en cuenta también el segundo a nivel general pero también en una figura particular, a saber, la de una cantante (interpretada por Ingrid Caven) que llega y parece desencajar con la historia alterando los ritmos del relato. Retomando la tradición del teatro griego, donde el coro era el encargado de anticipar o contextualizar los distintos actos de una obra, se puede entender del mismo modo lo que ocurre dentro de este largometraje con esta desconocida que irrumpe entre las escenas para cantar lo que sucede en torno a la figura de la portuguesa.

La fotografía a cargo de Acácio de Almeida -un hombre de confianza para la directora portuguesa- otorga un enorme agregado al cooperar en la construcción de una estética pictórica. Habrá quienes puedan pensar que a medida que avanza el relato ciertas decisiones de cámara terminan convirtiéndose en un arma de doble filo, sobre todo, en esos planos generales perfectamente construidos en los cuales su carácter estático no parece tener justificación alguna. Pero los que ya hayan tenido alguna experiencia previa con la filmografía de esta directora podrán apreciar que una vez más el lenguaje que construye puede resultar caprichoso pero es en verdad inquietante.

De modo que Azevedo Gómes una vez más se sale con la suya. En este caso, dando vida a una mujer portuguesa atravesada por una historia personal y otra contextual a quien diferentes voces interpelan para otorgarle alguna etiqueta que pueda definirla de manera sencilla dentro de esa sociedad donde la mujer no parece tener otro rol que el de ser la que espera a su marido mientras cuida a sus hijos. Sea vista como frágil o hereje, ella no presta demasiada atención al qué dirán sino que prefiere divertirse, jugar con lobos, ser sarcástica, girar su rostro y ver hacia otro lado siendo consciente de que lo que le tratan de imponer discrepa en gran medida de sus deseos.

A portuguesa termina por convertirse en un retrato del aburrimiento donde los planos fijos son la decisión acertada para exponerlo. Basado de manera libre en un cuento de Robert Musil, la directora demuestra su crecimiento a la vez que nos invita a presenciar por más de dos horas una obra que apela a simetrías, cantos y cuadros para celebrar la potencia del arte⚫

Titulo: A Portuguesa

Año: 2018

País: Portugal

Director: Rita Azevedo Gomes