“Herbario familiar”
Por Agustin Acevedo Kanopa.
Todo duelo es una forma de metamorfosis radical. No se trata simplemente de llenar un vacío, realizar un injerto en el que esperamos que nuestra piel vieja no rechace a la nueva. No es recatectizar, resolver, reencontrar. El agujero en lo real al que nos enfrenta el duelo involucra un sacrificio o cercenamiento de una parte nuestra y a su vez una transformación de ese extraño muñón en un órgano nuevo. Una condición nueva y regenerativa al borde de lo reptiliano.
En la última película de Catarina Vasconcelos estas transformaciones arrasan el metraje, desde el mismo título de la obra hasta más ínfimos detalles. En un momento del film se narra que en la antigüedad, sin un conocimiento sobre la vastedad del mundo que sirviera para explicar a dónde se van y de dónde vienen los pájaros migrantes, se solía creer que aquellos seres eran siempre los mismos, sólo que en las estaciones mutaban de apariencias y trinos. Más allá de la poética de asumir que todos los pájaros son el mismo pájaro, mediante tal razonamiento permanecía, en el fondo, una manera alternativa de afrontar el abandono. Así, los pájaros nunca nos dejan, son los mismos, pero con distintos plumajes.
Este razonamiento puede haber sido uno de los consuelos que hubieran ensayado para sus adentros dos generaciones de la familia de la directora al momento de morirse sus respectivas madres: los seis hermanos que se enfrentaron con una doble orfandad entre las constantes partidas de su padre marinero y el sorpresivo fallecimiento de la mujer -que en completa soledad supo criarlos a todos, rectos y verticales como los árboles que solía plantar; y por otro lado, Catarina, que a sus tempranos dieciocho años también vio partir a la suya.
Construido a modo de un tríptico de sucesivas pérdidas, el film parecería asociar a cada una de ellas con un nivel de la tierra: el padre como encarnación del mar, la abuela de la directora unida a la tierra, los árboles y las plantas y su madre al cielo y los pájaros. Para desarrollar estas ideas Catarina se vale de planos fijos sólidamente encuadrados, con un poder evocativo que recuerda tanto al estilo introspectivo de Manoel Oliveira como a esa permeabilidad fantástica del cine de Raúl Ruiz.
Podríamos aislar al azar cualquier fotograma de la hora y cuarenta que dura el film, imprimirlo, enmarcarlo y colgarlo en el living de cualquier casa. En este sentido, toda A Metamorfose dos Pássaros tiene la capacidad de convertir cualquier cosa sobre la que posa su lente en una naturaleza muerta, pero hay en ese anhelo de extraer todo resquicio de vida en una textura, color, sombra o superposición de lo muerto donde la película trasciende el mero preciosismo visual para convertirse en algo más. En una primera instancia, hay algo auténticamente conmovedor en esa búsqueda enceguecida por encontrar la belleza en cualquier rincón del mundo. Una belleza que no es sólo hallada, sino reorganizada, montada y moldeada ahí, en el marco de la pantalla: cómo un caballito de mar se encastra con perfección orfebre a la forma de una oreja, la levitación fantasmal de una melena que se deja caer desde el reverso de un sofá de terciopelo, el mini biombo que mantiene el secreto de una partida de batalla naval -y que recuerda a los escenarios selváticos de Henri Rousseau, invocados a lo largo del film.
Esa búsqueda y constante reconstrucción de lo bello son los ensayos de una familia que trata de bordear el agujero en lo real, crearse una isla propia que los salve de ahogarse, por más que la tierra no sea tierra, sino el lomo de una ballena.
Terrence Malick no parecería una referencia de lo más evidente a la hora de pensar A Metamorfose dos Pássaros, pero hay un procedimiento cósmico del enfrentamiento a la pérdida que aúna y separa su obra con la de Vasconcelos. En El árbol de la vida, el fallecimiento de un hijo se conforma como el disparador para que una madre -y el film mismo- se lance a buscarlo hasta los confines físicos y temporales del universo: buscarlo ahí, más allá del pasado familiar, más allá de las galaxias, de los dinosaurios y del big bang. Catarina Vasconcelos se muestra animada por un sentimiento similar, pero su búsqueda es casi la opuesta: allá donde Malick pareciese lanzar una sonda espacial y explorar lejanas nebulosas, con un lente telescópico que quisiera captar todo, la portuguesa se lanza a encontrar a lo perdido con una lupa o microscopio, recoger cada rastro de lo que dejó la persona o el recuerdo, disecarlo y clavarlo en un álbum secreto.
Toda A Metamorfose dos Pássaros tiene la forma de una especie de enciclopedia o CODEX de una memoria metafísica familiar, donde las hojas secas pegadas en páginas conjugan esa evocativa contradicción de lo vivo en lo muerto y lo muerto en lo vivo. En un momento, uno de los seis hermanos le pregunta a otro si los árboles existían antes que ellos, y si los árboles viven más que las personas. La sorpresa o angustia de que hay algo más allá de nosotros que nos sobrevive y que lo erige como testigo privilegiado es el centro de una de las angustias cósmicas y existenciales que mueven la película. La vida no sólo como cuadro, sino como borde, una idea que es repetida constantemente, no sólo por las peculiaridades pictóricas del encuadre, sino por una pregunta transversal sobre el papel de estos mismos límites: en uno de sus momentos más elocuentes, la directora dice “todos hablan de la violencia del río que arrastra, pero nadie de la violencia de los márgenes que lo comprime”. En otro, el padre marinero se lamenta por cómo sus hijos, en todo el tiempo que no los vio, ya crecieron por fuera del marco de las fotos que tiene. En otro, Jacinto le pregunta a Triz cuánto lo quiere y ella responde “intenta contar las plumas de los pájaros, los granos de arena y las olas del mar. Intenta enumerar las escamas de todos los peces, los pelos de todos los animales, las hierbas de los campos que te rodean, los árboles y sus frutos”; “eso es imposible”, le dice Jacinto, pero ella responde “¿Imposible? No, pero es mucho”. Toda la película está en búsqueda de ese borde de lo incontable; no en la vastedad, sino en la mirada minuciosa de la multiplicidad de lo micro en lo macro.
Una película que intenta lograr lo (casi) imposible en lo más sencillo, como querer volver a colgar a un árbol un fruto ya arrancado.
Jugándosela a decir todo esto, la película navega en otro borde peligroso, que es el de un anquilosamiento poético de la imagen, y sin embargo en ningún momento hace mella. A Metamorfose dos Pássaros es un caso inhabitual del cine tratando de hacer poesía (poesía no sólo visual, sino también escrita) y no trastabillando en el intento. Un film que se zambulle en la vastedad del mundo y la memoria sin tener un plano de más. Un film que con el automatismo del crecimiento de las plantas se arroja a bucear en los misterios de la muerte y emerge con nuevos trazos de vida.
Titulo: A Metamorfose dos Pássaros
Año: 2019
País: Portugal
Director: Catarina Vasconcelos