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Domingo 16 de julio de 2023. Recibo un audio de un amigo: “Acabo de ver la última y estoy conmovido. Esta trilogía va directo al top five de las mejores cosas que vi en mi vida junto con Los Soprano, The wire, Twin peaks y Dersu uzala”. Mi amigo dice trilogía porque al principio pensábamos que eran tres, pero al igual que los mosqueteros, estas películas en realidad son cuatro: Smog en tu corazón, Saturday disorders, Weak rangers y Terminal Young.
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Sergio está enamorado de Luján, Luján está enamorada de Ewit, Ewit está enamorado del contador, el contador está enamorado de la tenista, y la tenista está enamorada de Sergio. Los cinco tienen cerca de cuarenta años y trabajan en un complejo de tenis en el conurbano bonaerense.
Le pedí a mi hija que hiciera el esquema porque nunca supe dibujar corazones. Como las flechas lo indican, no hay correspondencia entre los enamorados. No hay un solo beso en la boca en estas ocho horas de película. Pero, atención, las flechas también señalan un movimiento concéntrico. En el cuento Lavandería Ángel de Lucía Berlín, la protagonista dice: “Me gusta entrecerrar los ojos y mirar las secadoras llenas de ropas indias, y seguir los brillantes remolinos difuminados de púrpuras, naranjas, rojos y rosas”. Lo que sucede en estas películas es algo similar. El montaje funciona como un kohinoor narrativo, los personajes giran en torno al complejo de tenis, y lo que queda en la pantalla es un remolino humano, frágil, hipnótico, existencial.
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Un hombre de ojos claros que gracias a su mejor amigo es contador de un complejo de tenis se rebela contra el universo y contra si mismo y se convierte en contador de unas floristerías. Esta es la sinopsis de Terminal Young que aparece en IMDB. Pero también se podría decir que Terminal Young es sobre un sanjuanino que quiere patinar sobre hielo con la chica que le gusta mientras suena una canción de Lionel Richie, o sobre una tenista que sigue siendo tenista e intenta alquilar su primera casa propia.
Más que la trama, lo que mueve la historia es la interacción entre los personajes. Lo que importa son los fragmentos, imágenes y conversaciones que se van entrelazando de una forma que es al mismo tiempo eficiente y mágica. Al principio no se entiende, parece una locura, pero hay método en esa locura, hay una lógica propia que funciona a la perfección una vez que el espectador la acepta y la abraza.
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Me gustaría decir que vi estas películas en una plataforma que brinda alguna retribución a los que las hicieron, pero esto no fue así. Un par de meses atrás no sabía nada sobre ellas. En un asado un amigo comentó que había visto Terminal Young y que le había parecido rarísima y asombrosa. Al día siguiente pasó un enlace para verla. Puse play. La primera frase que se escucha en la película es: “Che, Dani, es una mujer pobre con dos relojes”. A partir de ese momento sucedió una micro viralización entre algunos amigos de Montevideo y Buenos Aires. Alguien consiguió la primera, luego la tercera, luego la segunda, y las vimos en ese orden. Pero esto sucedió con intervalos de varias semanas entre una película y la siguiente, y en esos periodos de incertidumbre fuimos como merqueros ansiosos abstinentes, y un amigo formó un grupo de Whatsapp ad hoc en el que circulaban frases como “esto es un rayito de sol para un viejo”, o “qué lindo agujero de conejo para pasar el invierno”, o imágenes como esta:
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Sergio llega de San Juan para trabajar en el complejo de tenis de Ewit, su mejor amigo de la infancia. Se encarga del mantenimiento de las canchas pero también organiza actividades culturales como conciertos de guitarra clásica y propone medidas para mejorar las condiciones de trabajo como poder salir a fumar un cigarrillo cada hora sin que sea considerado una falta. Es proactivo, tierno, celoso, un poco pesado y mamero. Le gusta contar historias largas y sin remate. Como por ejemplo cuando eran niños y su amigo Marcelo Casal le dijo que lo iba a pasar a buscar al día siguiente a las cinco, y al día siguiente eso es exactamente lo que sucede. También le gusta explicar con sus palabras lo que otros están diciendo. Sergio es el rey del parafraseo. Es el único del grupo que tiene ojos oscuros y esto cobra importancia cuando el contador le dice que las personas de ojos claros solo se pueden enamorar de otras personas de ojos claros. Como dijimos, Sergio está enamorado de Luján. Es, en realidad, el único del grupo que se comporta como un enamorado. Le enseña a fumar a Luján, le corta el pelo, la anima a seguir sus prácticas de guitarra, elogia sus fotografías, la invita a patinar sobre hielo y a un recorrido por los puentes del conurbano; hace, en fin, todo lo que está a su alcance para tenerla cerca.
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En el primer capítulo de la novela El ruido y la furia, William Faulkner usa como narrador a Benjy, un hombre de 33 años, pero con una mentalidad de 3 a causa de una discapacidad. Benjy es incapaz de hablar, pero Faulkner mete al lector directamente en su cabeza, y el resultado es poesía y sinestesia en estado puro: Caddy olía a árboles cuando llueve. En estas películas, sucede algo similar. Hay algo hermosamente infantil en las situaciones que se suceden; hay inocencia, maldad, alianzas, y una forma aniñada de razonar, decir y repetir las cosas.
Cuando mi hija tenía cuatro o cinco años siempre había que estar refrendando qué cosas —colores, animales, canciones— eran las favoritas de cada uno. Su color favorito era el violeta, el de la madre el verde y el mío el azul, y siempre que jugábamos a algo había que respetar esos colores. Recuerdo que un día se había perdido el muñequito azul de un juego de caja que le gustaba y ella no podía concebir que yo jugara con otro color que no fuera mi favorito. Hasta que en un momento perdí la paciencia y le dije: no tengo color favorito, te dije azul porque me preguntaste mil veces, pero la verdad es que todos los colores me dan lo mismo. Ella no dijo nada pero se le llenaron los ojos de lágrimas y se fue corriendo a su habitación. Esta escena es algo que podría suceder en el complejo de tenis. Los personajes siempre están eligiendo y manifestando quiénes son sus personas favoritas, los músicos que más respetan, las cosas que más les gustan en el mundo.
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Si hay un personaje que se podría angustiar porque una persona querida le miente sobre su color favorito, esa es Luján. A Lujan le gustan los podcasts, le gusta tocar y transportar su guitarra, le gusta su colección de 16 CDs de música clásica, tomar y plastificar fotografías, le gusta Sergio pero creo que solo como amigo. Supuestamente está enamorada de Ewit, y tiene sentido porque parece propensa a los amores imposibles. Luján se viste como una testigo de Jehová o como una alumna de un colegio de monjas. Todos conocemos a una Luján. La mía quería ser poeta y cantaba en los colectivos. Luján es un alma sensible, demandante, insegura. Si la viera ahora mismo en la calle me gustaría darle un abrazo y decirle que va a estar todo bien.
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Quería volver a ver estas películas con mi pareja, y dividir mi atención entre la pantalla y sus reacciones, pero en los primeros intentos ella se quedó dormida. Creo que hay un capítulo de Seinfeld en el que Jerry se separa de su novia porque no comparte su emoción por cierta película. Pero un día vimos la primera con la mente fresca y desde ese momento no pudo parar. Debo confesar que le estoy robando algunas ideas en estos apuntes. Ella es lingüista, y estas películas son, entre otras cosas, un experimento con el lenguaje y las formas de comunicación.
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Lo primero que se te pega son las expresiones como “me hace mucha ilusión”, o “una de las personas que más respeto”, o “me gusta too many”. También palabras sueltas en pseudo inglés como campers (camperas) o fragments. O algunas frases más misteriosas como “sencillo como un supermercado alemán” o “camionero consejero” o “¡no sos mi cárcel!”. Pero lo más contagioso es la costumbre de decir los números de la primera decena con el cero adelante. Y también la obsesión con el número dieciséis y el uso casi aleatorio de los géneros.
Es difícil explicar estos quiebres lingüísticos sin su contexto. Muchas veces son cosas apenas corridas de eje. Un ejercicio interesante es usarlas en conversaciones cotidianas y estudiar la reacción del que las escucha: Te pido cero siete medialunas de grasa, por favor.
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Ewit es el dueño del complejo de tenis. Es propositivo, rubio, bromista, zorrito, arbitrario. Le gustan los sorteos, quemar cosas, traducir canciones y que los otros reafirmen sus ideas. No es un jefe garca, pero a veces disfruta llevando a cabo pequeñas maldades a sus empleados, sobre todo a Luján y al contador. Por ejemplo cuando manda al contador a comprar dieciséis stickers al kiosco o cuando le dice a Luján que el arpa que le regaló es propiedad del complejo y no suya. También, hay que decirlo, hace cosas pensando en el bien común, como el altar de shampoos y cds, o cuando ayuda a la tenista a imprimir 16 posters y 02 atentados de tenistas para decorar su nueva casa. Otras veces no se sabe si hace las cosas por maldad o inocencia. En todo caso, le gustan los experimentos. ¿Por qué nombraría si no como jefe de personal a una persona con tan poco talento social como la tenista? Ewit dice estar enamorado del contador, pero no sé si creerle demasiado.
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Una propuesta que está ganando fuerza en el grupo de Whatsapp es hacer el vía crucis menos famosa. Esto va a requerir una breve explicación. La madre de Sergio quería ir a Luján. A Sergio y a Ewit se les ocurre que en lugar de ir a la basílica de Luján como hacen todos, sería mejor arrancar desde ahí e ir caminando hasta la iglesia más cercana. A ese viaje lo denominan “el vía crucis menos famosa”. A Ewit le parece buena idea ir todos juntos, pero luego se da cuenta de que alguien se tiene que quedar en el complejo. Para decidir quiénes van, Ewit hace uno de sus sorteos mentales. Nombra cinco países que tendrán que ir diciendo de a uno sin repetir: hay cuatro países que te meten en el viaje y uno que te deja afuera. Nadie le pide a Ewit que anote el nombre del país que te deja afuera para luego corroborar la autenticidad del sorteo. Tampoco nadie se sorprende cuando el propio Ewit arranca diciendo el nombre de un país que lo mete en el viaje. Así van diciendo los países en ronda, y nadie dice el país maldito, hasta que solo queda la última, Luján, condenada a quedar afuera. Este sistema de elección a Luján le resulta tan injusto que luego decidirá cortarse sola y hacer el vía crucis menos famosa por su cuenta. Irá caminando desde la Basílica de Luján hasta la parroquia de San Cayetano —mientras camina intercambia mensajes con Ewit: él desmerece el viaje con el argumento de que el vía crucis menos famosa no puede ser a una parroquia llamada San Cayetano, y ella le responde angustiada que solo el nombre es famoso pero no la parroquia en sí— y cuando por fin llega a la pequeña parroquia blanca, Luján se siente como si hubiese escalado una montaña.
No sabemos exactamente el recorrido porque en un momento Luján se pierde y tiene que pedir indicaciones, pero este es el viaje que queremos hacer. Y después, ya que estamos, podríamos visitar el parque de diversiones que queda ahí cerca, donde luego Luján se topa con el contador, en un encuentro fortuito que ellos temen que no sea tomado como tal.
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El contador se toma muy en serio su trabajo aunque, esto lo sabremos luego, no es oficialmente contador. Esta falta del título habilitante, eso lo hace sentir inseguro y a la defensiva en sus relaciones laborales. El contador siente que debería ser el segundo en mando después de Ewit en el complejo, pero de a poco va perdiendo terreno. Para colmo, a Ewit le gusta boludearlo. Por ejemplo cuando nombra a la tenista como jefa de personal y esta lo despoja de su oficina, o cuando le pregunta junto con Sergio si él que es contador sabe por qué en el tenis se cuentan los puntos de esa manera extraña, o cuando le hace creer que la tenista lo va a acompañar junto con su padre al viaje a Luján o, como ya dijimos, cuando lo manda a comprar 16 stickers al kiosco. Como también dijimos, el contador está enamorado de la tenista. Por eso se había hecho tanta ilusión con su viaje conjunto a Luján. También suele defender a la tenista en su trabajo y le propone ideas como dar clases por día de un solo golpe. El contador tiene una manera de iniciar una charla que da muestra de que es una persona respetuosa, y que he comprobado que sirve tanto en vivo como en chats. Se acerca a la persona con la que quiere hablar y pregunta: ¿Tenés abierta la conversación?
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Hay otras cosas singulares en estas películas. Una es la música, que suele funcionar como un remanso entre los fragmentos de enredo. Otra son los textos que aparecen cada tanto en un spanglish achilenado que tiene sus propias leyes ortográficas y gramaticales. A veces sirven para apuntalar la narración (ahora si viene / ese incidente con j.m. serrat), o para destacar cosas que aparecen de fondo (y miren por favor en segundos / q atrapante esa persona / de camper blue oscuro y bordo / con una bottle de fanta) o para hacer confesiones (sufrí too many por mi temor a dios / de niña o mi padre se suicidó un sábado por la tarde). La que dice estas cosas por lo general es Selena Prat, que también aparece en la película para jugar la final de un torneo de tenis y luego se encuentra al contador en Luján y le hace de guía turístico. Selena Prat es interpretada por Lucía Seles, odia a España, a Nick Cave y a Iggy Pop, y pareciera ser una suma de todos los personajes, incluso de los personajes secundarios como la intensa madre consejera de Sergio, el imperturbable tenista de bigote, la señora de Villa Elisa, los perros callejeros, las camperas, las iglesias, los puentes, los camiones, el párroco con muchas llaves, y el guitarrista de Villa Bosch.
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Anoche fui con mi pareja a un festival de guitarra en la sala Hugo Balzo del SODRE, en Montevideo. A la hora y media, cuando ya empezaba a aburrirme un poco, pensé qué hermoso sería si ahora mismo entrara Lujan a la sala. Uno de los podcasts que Luján más respeta, Miércoles de buena guitarra, es un programa uruguayo de la radio del SODRE, así que podría haberse enterado por ahí sobre el festival. Luján se sentaría en una esquina, incómoda, con su guitarra entre las piernas o sobre la falda larga. El guitarrista brasileño Luis Meira toca una de Tom Jobim, y ya puedo ver a Luján de costado, de a poco se va aflojando, se le nota en la cara, es linda cuando sonríe, cierra los ojos y siente en carne viva el sonido de la guitarra.
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La tenista es tenista y sigue siendo tenista. Su padre era tenista y dejó de serlo. Este enigma atraviesa las cuatro películas. No sabemos qué pasó con el padre, y esa omisión hace más profundo el misterio. La tenista es una tenista de principios de los noventa, se viste como tal y sus ídolas son Steffi Graf, Monica Seles y Martina Navratilova. En el complejo trabaja como profesora, pero no deja que nadie la llame así, ni tampoco por su nombre, que es Marta. Quiere que le digan tenista. Es despótica, firme, vulnerable, aplicada. A la tenista le gusta la cerveza, los rangers, la venganza y ponerle shampoo a la ropa. “Hay que tener envidia, fijeza, envidia”, dice la tenista. “A mi padre y a mí nos hacía muy mal ver contenta a la gente que nos rodea”, dice la tenista. La tenista podría alumbrar un pueblo con el rencor que lleva dentro.
Creo que la tenista es mi personaje favorito y a eso contribuye la siguiente coincidencia creativa. Hace cero ocho años publiqué una novela sobre la vida de una tenista inventada de los noventa. En ambos casos, creo, tomamos como modelo a Steffi Graf y evitamos intencionalmente a Gabriela Sabatini. Pero lo más extraño es que la tenista de las películas es físicamente idéntica a la que yo había imaginado en mi novela, y ambas tienen una relación de odio y amor con su padre, y ambas transmiten la sensación de poder matar a una persona a raquetazos o incluso con sus propias manos.
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El fin de semana pasado estuve atendiendo un puesto en la Feria de Editores de Buenos Aires y en un momento me pareció ver a Ewit. Tenía una camper verde inflada y pasó caminando por el pasillo de enfrente. No era una fantasía como la de Luján en el festival de guitarra. Quiero decir, creo que vi al actor que hace de Ewit. En ese momento yo estaba solo atendiendo el stand y no pude seguirlo para corroborar su identidad. Quedé atento el resto del día pero no lo volví a ver. De todas formas, no sé qué le hubiera dicho. Me hubiese gustado pedirle que haga uno de sus sorteos mentales o que la trate un poco mejor a Luján. Aunque supongo que a los actores les fastidia que les hablen como si fueran sus personajes. Recién ahora asimilo que esos cinco personajes —Sergio, Luján, Ewit, el contador y la tenista— fueron compuestos por actores, cada uno con sus propias vidas, proyectos y formación. Quizá lo más prudente hubiera sido acercarme a Ewit y preguntarle: ¿Ténes abierta la conversación?