Cuando termino de ver Historia de mi nombre de Karin Kuyul, imagino que mi amiga Leila se prepara para salir de una sala de cine. Un largo roce de sus pertenencias con su nueva campera ruidosa hermosa y egocéntrica, como cualquier campera ruidosa. Después creo escuchar que se sienta en el borde del asiento, resignada a soportar la duración final de los créditos, atajando su verdadero deseo de fumar en la vereda uno de esos cigarrillos enfáticos que intentan ordenar ideas después de mirar una película. Mientras tanto yo me resisto hasta el final del rodante, derretida en la silla, tarareando una canción que escucho por primera vez…
Borrarnos del mapa
quitarnos los ojos
matar al espíritu del miedo
zarpar sin un barco
mirando hacia adentro
borrar de las líneas el tiempo
Por fin el deseo
se irá destruyendo
¿seremos terribles de nuevo?
¿Por qué Karin habrá elegido esta canción como punto final? Me da mucha curiosidad la relación que tienen directoras y directores con la música de sus películas. Si es inédita, si primero fue la canción, o si solo se encontraron por esta suerte de grito generacional.
Siento escuchar el último movimiento de mi amiga Leila antes de salir de la sala y finalmente cumplir la promesa de las conversaciones con las que se funde una película en la vida de dos amigas. Pero esta vez el aislamiento borra todo. Ahora no hay vereda, ni cigarrillos sujetados por manos ansiosas, ni conversaciones que fundan nada, y tampoco está mi amiga Leila. Pero la canción no deja de sonar. Así que rápidamente me devuelvo con el cursor para llegar al título de los créditos: “Borrarnos del mapa” de Prehistóricos. Una banda folk-pop chilena liderada por Tomás Preuss.
Millones de años
se irán desprendiendo
nadie contará tantos muertos
Borrarnos del mapa
quitarnos los ojos
matar al espíritu del miedo
Conmovida por lo que acabo de ver empiezo a forzar un rebobinado imaginario, como ejercicio para no olvidarme de ninguna imagen y con el deseo de descifrar algo más entre rastros luminosos y sonoros de aquel paisaje chileno. No quiero que la película me abandone. Me maravillo con la idea de que las películas se expandan tanto que termines desarmando y armando certezas alrededor de las imágenes que palpitan con distintas intensidades en tu cabeza.
Me alejo por un momento de la pantalla para tostar un poco de sésamo en una sartén y comienzo la acción mecánica que supone esta simple activación de un cúmulo de semillitas blancas. Me aseguro de que toda la sartén quede bien cubierta y me concentro en el movimiento que se produce al batirlas desde el mango.
Las semillas se empujan unas a otra formando un anillo armónico que va cambiando de color alrededor de un centro caliente, virando hacia la opción de una vida más dorada, vistosa (y gustosa). Por un momento, siento el mismo calor que están sintiendo las semillas. Un ardor que te quema e incómoda si te pones muy cerca, así que me veo tentada a alejarme, pero tampoco es una opción porque tanta distancia, supone lo contrario, una sentencia a la palidez y a lo inactivo.
Así que me quedo en el medio. Tambaleándome entre los dos extremos para equilibrar la temperatura y sus efectos. Entre la suspensión del punto justo y el susurro de aquellas semillas que empiezan a saltar, doy ritmo a mis pensamientos. ¿Historia de mi nombre es una película sobre el insilio? ¿Es posible? ¿O solo estoy muy obsesionada con esta idea que he venido conquistando en estos meses de poco movimiento físico, en donde he tenido tiempo para diagramar mi propio espacio como frontera?
Una frontera se levanta con más fuerza cuando está amenazada. Pero no pienso en las fronteras geopolíticas en las que he dejado de creer desde que vivo atravesada por tantos países. Sino como un modo de existir. Como dice Sara Ahmed: “Una frontera, por tanto, no será lo que dejas atrás cuando cruzas una frontera; una frontera irá contigo donde quiera que vayas”.
Los anillos de las semillas me hacen transitar de nuevo una pregunta sobre lo que acabo de ver: ¿cómo te enfrentas a tu propia familia que se ha recluido en el silencio, quizá como una manera de huirle a un país que amenaza a todo tipo de disidencia política? ¿Cómo no contrariarte cuando sabes que tus padres han invisibilizado su lucha, ante la hipocresía de un acuerdo, que transformó la dictadura militar en una democracia tan impura? ¿Será que en estas decisiones estaban pensando la posibilidad de convertirse en una familia frontera?
Los historiadores
sabrán encontrarnos
en ruinas que un día habitamos
Borremos el mapa
que tanto nos miente
millones de paisajes que se mueren
Siempre creí que era más fácil transformar los valores morales que detestas de tu lugar de origen, estando lejos. Nunca imaginé que alguien pudiera quedarse pendulando ahí adentro, tratando de encontrar la libertad entre tantos escombros. ¿Cómo derribar los muros desde adentro, sin que nos consuma el miedo?
La madre y el padre de Karin encontraron su propia manera de resistirse al olvido, a pesar de que nunca tomaron ninguna foto ni filmaron nada de sus vidas. Cuando decidieron ponerle a su hija el nombre de Karin, estaban creando su propia técnica de rememoración entre Karin Eitel, una joven chilena que fue secuestrada y torturada durante la dictadura del 88 y su propia hija.
Las condenas injustificadas, las desapariciones, los secuestros, los asesinatos, la tortura hacían parte de la cotidianeidad de Chile en esos años. Lo frustrante para todos es que no hubo una oposición tajante que llevara justicia ante los crímenes atroces del estado. Como pasó en Colombia; un fundido histórico punto final, en el que se fueron acomodando y borrando las huellas a través de un silencio profundo que pretendía enterrar la verdad, velando la ilusión de un posible cambio para los países latinoamericanos.
No es menor que la película de Karin comience con un incendio. “Todo empezó y terminó ese día” dice la voz de Karin. Y yo pienso que podría ser también al revés. Todo terminó y empezó ese día. Cuando no hay imágenes nítidas la resistencia se trata de otra cosa. Karin se propuso reconstruir su pasado para escuchar lo que no le fue dicho.
Entre imágenes borrosas e indefinidas, Karin se encuentra de frente con la imposibilidad de revisar su propio archivo familiar porque como dije antes, sus padres nunca dejaron registro del pasar de los años, y lo poco que existía quedó catapultado por el fuego. Karin entonces propone hacer una película con el archivo doméstico de desconocidos al mismo tiempo que intenta reconstruir su pasado, entretejiendo imágenes ajenas para poder configurar un relato propio.
En ese ejercicio de memoria, es que recuerda que un día sus padres se encontraron a un hombre al que le regalaron una foto de ella de pequeña y como después se enteró de que ese hombre era el papá de Karin Eitel. Ahí empezó su obstinación por descubrir quién era ella y por qué había sido la inspiración de sus padres al mismo tiempo un símbolo revolucionario de su país.
Borremos el mapa
que tanto nos miente
millones de paisajes que se mueren
No existe en la historia
final como el nuestro
valientes nunca lo sabremos
Borrémonos del mapa…
Sentir el olor del sésamo tostado me hace sentir victoriosa, y mientras lo disfruto y escucho el contacto entre el calor de su propio aceite y el frío de una naranja, empiezo a cantar la canción como si la conociera desde hace años.
Cada vez me siento más cerca de Karin. Su película me hace sentirla como si fuera una gran conocida. Quizá porque siento que tenemos vidas parecidas. Porque somos mujeres. Porque somos latinoamericanas. Porque nuestras madres optaron por el silencio. Porque nos acostumbramos a la costumbre de nuestros padres, como dice en su película. Porque fisuró algo para poder respirar. Porque logró que sus padres respiraran. Porque supo huir de la hegemonía del lenguaje cinematográfico. Porque se enfrentó a una sombra, al silencio. Porque va juntando pedacitos de su propia historia para entender algo de sí misma.
He decidido entonces aferrarme a ella y a su película, como cuando uno encuentra un pequeño talismán, que te recuerda entre tantas cosas, que siempre será necesario hacer un cine que reafirme tu propia lucha contra el olvido.