The Apprentice (2024), de Ali Abbasi

Hace cinco años, el cineasta iraní-danés Ali Abbasi se dio a conocer internacionalmente con Border, una pequeña y espinosa fábula nominada al Oscar sobre el amor, la complicidad y la culpa. Su último trabajo ahonda en algunos de los mismos temas, aunque la pequeña y espinosa bestia en el centro de The apprentice está lejos de ser una criatura ficticia de las fábulas.

La más reciente obra de Abbasi narra el ascenso del ex presidente estadounidense Donald Trump a través de su relación con el abogado y solucionador político Roy Cohn. Antes de sumergirse en el fatídico primer encuentro entre los dos hombres, el director hace una importante advertencia sobre la película que está por venir: las personas que verás en pantalla son reales; sus historias podrían haber sido ficcionalizadas. Luego, corta hacia una pieza de metraje muy factual: el infame discurso de Nixon en 1973 en pleno apogeo del escándalo Watergate. La cinta granulada muestra al pronto caído presidente afirmando con firmeza: “¡No soy un corrupto!”

Esta inicial paralelización directa establece brillantemente el tono para las dos horas siguientes, un viaje que prescinde de la sutileza sin caer en la sobreexposición. Dicho viaje comienza en un exclusivo club solo para miembros en Nueva York, donde el confiado Cohn se siente atraído hacia un Trump tímido e inseguro. Lo lleva bajo su ala, primero ofreciéndose a ayudarlo a salir de una demanda por discriminación presentada contra el negocio inmobiliario de su familia y luego asumiendo una posición mucho más paternal. Sus consejos van desde Soborno 101 hasta las cláusulas que deben agregarse a su acuerdo prenupcial.

La década crucial que separa ese primer encuentro y el trágico fin de la relación entre los dos hombres abarca muchos de los principales detalles que asociamos con el Trump de hoy, desde su incansable búsqueda de construir un imperio con forma fálica en el corazón de la Gran Manzana con su Trump Tower hasta su problemático matrimonio con la modelo checoamericana convertida en socialité Ivana Trump.

Abbasi logra entrelazar las líneas entre el alimento para tabloides y el respaldo velado con gran habilidad. Hay una veta cómica que recorre toda la película y coquetea con la burla mientras evita el pastiche, como cuando la cámara captura un vistazo de un Donald sin cerebro mientras está solo en la mesa de los grandes, sin grandes para jugar o cuando el hombre corpulento choca con el delgado y fresco Andy Warhol en una fiesta en la que no tiene ningún motivo para estar, su ineptitud haciéndolo sentir cada vez más pequeño mientras su ego comienza a mostrar los primeros signos de inflación.