Nuestros días más felices (2021), de Sol Berruezo Pichon-Rivière
“Hora de dormir”
Por Rocío Molina Biasone.
Todxs alguna vez escuchamos, e inclusive pudimos comprobar, que a menudo la vejez es como una segunda infancia. Cuerpo y mente dejan de funcionar como desearíamos, y volvemos a necesitar la ayuda de nuestro entorno para existir. En el segundo largometraje de Sol Berruezo Pichon-Rivière, esto pasa de lo figurado a lo literal. Luego de que el doctor le descubra un bulto en la parte posterior de la cabeza, Agatha vuelve a habitar su cuerpo infantil inexplicablemente. Su mente, su memoria, sin embargo, no mutan.
La directora de Mamá, mamá, mamá (2020) vuelve a explorar la inevitabilidad de la muerte y su impacto en el entramado familiar. Nuestros días más felices logra acercarnos a estos tres personajes, Agatha y sus dos hijxs, Leónidas y Elisa, sin develar casi ningún detalle sobre sus vidas. La falta de información que tenemos sobre su historia familiar es intencional, como si la autora quisiera respetar a la misma Agatha cuando señala la poca intimidad que tienen las mujeres cuando se convierten en madres. De esta manera, la intimidad de los personajes se respeta: no sabemos por qué se fue Elisa o qué la alejó tanto de esa familia y ese pueblo; no sabemos hace cuánto está sola Agatha, cómo fue su vida, ni quién fue el padre de sus hijos, ni qué pasó en el Faro; no sabemos por qué Leónidas nunca dejó ese pueblo, por qué se quedó junto a su madre tantos años.
El hecho de que la película se construya más por lo que no se dice que por lo que se dice, nos informe más con imágenes que con diálogos, es lo que le otorga un potencial de universalidad. No hace falta vivir en Argentina para entender esa relación madre-hijxs, para concebir un personaje que elige distanciarse del lugar donde creció, o uno que siempre se quedó estático en el lugar donde estuvo siempre. Mucho menos hace falta pertenecer a una cultura en particular para reflexionar sobre la muerte, recibir su impacto.
Al fin y al cabo, poco parece importar ese pasado, mientras sepamos que exista. Se trata de una película que transita un período de transición, o como explicó la misma Sol Berruezo Pichon-Rivière en su entrevista con Revista Caligari, un período de muerte y renacimiento para los tres personajes.
Las imágenes oníricas, las noticias y el canal de autoayuda que mira Agatha, todos los elementos que se mezclan entre sí hasta los límites entre vivencia, percepción y sueño se borran casi por completo, son los que la ayudan a transitar la inminencia de su muerte. La película no intenta ser paródica ni burlarse de las ocurrencias y los consumos de Agatha, sino más bien tratar de acercarnos a lo que piensa y siente durante una etapa en la que no hay ninguna respuesta certera.
Este fantástico regalo que se le confiere hacia el final de su vida le permite volver a experimentar la vida a través de un cuerpo flexible, menos frágil, más enérgico. Pero no es la única que recibe un regalo del universo para despedir lo que ha sido su vida hasta ese entonces. Leónidas presencia, a través del noticiero, la explosión de un volcán en Islandia, un país con el que se encuentra fascinado, luego de ochocientos años de inactividad, años de estar tan dormido como él mismo. Elisa, poco después de tener un encuentro poco satisfactorio con alguien de su pasado, ve a un conejo blanco, y sale disparada como una Alicia moderna y argentina, en busca de lo que ella piensa, con toda seguridad, es su mascota de la infancia. Negada ante toda posibilidad de belleza y afecto en aquel pueblo, la naturaleza le recuerda abruptamente que quizás, tanto ella como su madre y su hermano, hayan tenido sus días más felices allí.
Titulo: Nuestros días más felices
Año: 2021
País: Argentina
Director: Sol Berruezo Pichon-Rivière