“Un carrusel de hilaridad lunática”
Por Miguel Peirotti.
Con cinematismo extremo, brutalidad discursiva, furia e irreverencia, incorrección (a)política, y blandiendo todo tipo de chistes negros e incómodos, la estrafalaria Monty y la fiesta callejera es la pústula animada del BAFICI, entendiendo la realidad al revés: los anticuerpos como los villanos de la vida y las bacterias como la sal de la misma. La historia orbita en torno al Monty del título, un chico medio pavo (sí, un protagonista a veces idiota) que no encuentra solaz tras la separación de sus padres y la suspensión de la fiesta callejera de su cuadra, que es el evento del año que más espera este mequetrefe. El “mequetrefismo” es una cualidad inherente a casi todos en esta película, a pesar de que casi no hay nadie con malas intenciones.
Sabemos que las sinopsis en las películas animadas comerciales (a pesar de su excentricidad, digna de la desesperanza sulfúrica de algún cartoon televisivo post-South Park, es una producción de Zentropa) no dicen absolutamente nada (como poco dicen las sinopsis de los documentales), por lo que apenas nos detendremos en señalar que en la película Monty sólo quiere devolverle al barrio su fiesta callejera preferida. Podemos recomendar tranquilos esta comedia ¿para niños? que nos muestra cómo el cine puede articular opciones vitales de expresión y entretenimiento sobre una base de inmisericordia y descontento cuasi anárquica. Monty y la fiesta callejera vibra con el pulso de una rave infantil anfetamínica e impredecible como un perro rabioso, y es salvaje, provocadora y divertida, también, al consagrar su humor a lo peor de la especie humana con buenas intenciones, que es casi igual de peor que lo mejor de la especie humana con malas intenciones.
Titulo: Monty and the Street Party
Año: 2020
País: Dinamarca, Suecia, Bélgica
Director: Mikael Wulff y Anders Morgenthaler