“Jugar con el hambre no se puede. No se debe.
Tampoco usar y desechar a las infancias y su dolor como mero slogan.
Es cínico. Perverso. Agresivo.
Es abuso.”
Era la imagen de un niño que con su mano sostenía un arma apuntando a su sien.
No se distinguía si era un arma de juguete o de verdad.
Era negra y parecía pesada.
De uno de los ojos del niño empezaba a caer una lágrima bien espesa.
Parecía sobrecargada de un dolor incomprensible.
Vestía una remera blanca, con una ilustración gastada del hombre araña.
El niño miraba a cámara. El momento justo previo al disparo.
Esa fotografía me acompañó por muchos años retenida en mi mirada. Aún hoy cierro los ojos y puedo verla con la misma intensidad. Nunca pude recordar quién fue el autor o autora de esa imagen, ni dónde había sido creada. No me importaba mucho porque tenía la carga de algo universal. Una carga que no podía comprender, pero insistía en decirme algo.
Con esa imagen acompañé cientos de presentaciones de mi primera película. Quería hablar de las infancias, que luego se transformaban en juventudes atravesadas por el dolor. Algo incomprensible desde mi lugar, pero que también me insistía en ver, conocer, acercarme. El cine me permitió eso. Trazar algo entre esa distancia que nos marcaba diferentes, pero que de algún modo podíamos encontrarle un lugar a ese dolor.
El hambre empuja a lugares inconmensurables, imagino. Madres que con lo que pueden buscan llenar las ollas, al calor de algún fuego compartido. Hermanos y hermanas mayores que buscan como pueden algo que evite ese dolor en quienes vienen detrás. Relatos desgarradores que lloran lo que no se puede, lo que falta, lo que destruye un hogar. La desesperación que va cayendo: “Si mis hijos no van a salir a la calle a buscar lo que yo no les puedo dar”.
Jugar con el hambre no se puede. No se debe.
Tampoco usar y desechar a las infancias y su dolor como mero slogan.
Es cínico. Perverso. Agresivo.
Es abuso.
Y es un límite que marcamos porque la cultura está lejos de ser responsable. La responsabilidad es de las decisiones políticas y económicas que este gobierno está tomando para empobrecer aún más al pueblo.
La cultura, en todo caso, puede mirar para otro lado.
Ese es su poder: elegir de qué lado estar y qué relato construir.
Y esa es, también, nuestra responsabilidad.