“El cura menos pensado”
Por Agustina Osorio
Si Dios puede trabajar a través de mí, puede trabajar a través de cualquiera.
San Francisco de Asís
“Ningún seminario aceptará a alguien como vos”, le dice el cura del instituto de menores a Daniel (Bartosz Bielenia), el joven que debe salir al mundo nuevamente, con ganas de ser cura pero a quien solo le permiten el egreso con un bolsito de ropa y la dirección de un aserradero cerca de un pueblito de Polonia, para trabajar.
De esa forma, dependiendo de su buena voluntad y con todas en contra, el muchacho tiene que cumplir las pautas de conducta para mantener su libertad condicional. Sus amigos lo esperan para festejar la salida y ¿cuáles son las chances de mantenerse sobrio las primeras veinticuatro horas?
En el penal había encontrado un lugar cerca del cura, como forma de protección quizás pero también de redención; un camino para seguir. Una suerte de fantasía salvadora que le permita imaginar un futuro auspicioso.
Contraria a la historia de algunos santos de la iglesia católica, como San Agustín, Daniel es condenado por su pasado sin poder reinventarse a sus jóvenes veinte años.
Sin embargo, Dios obra de manera misteriosa, según dicen y Daniel tendrá la oportunidad de ejercer el sacerdocio de manera furtiva y, sobre todo, intuitiva en una comunidad pequeña pero con mucho que sanar.
Su director, Jan Komasa, tiene la habilidad de narrar la historia de esta comunidad doliente, a la par de la del nuevo “sacerdote”. Ambos relatos van de la mano y el balance es perfecto. La tragedia de las familias que lloran a su seres queridos será la puerta para que el protagonista también sane algunas heridas al sentirse valorado, quizás, por primera vez en su vida.
Daniel se siente a gusto con el collarín y la sotana, como símbolos de protección. Ellos cubren sus tatuajes y cortes tumberos. Tiene una nueva piel que le permite expresarse y también alcoholizarse sin que lo juzguen como ex convicto. Puede dirigir una misa entera, como podría hacerlo cualquier buen monaguillo, pero elige no seguir fórmulas mecánicas, sino predicar con acciones la compasión e inclusión, como seguramente le hubiera gustado que actúe la sociedad para con él.
Las familias del pueblo, por su parte, encuentran en estas prácticas menos ortodoxas, un alivio para sentir algo más que dolor. Ya sea odio, indignación o ganas de imponer reglas, es algo distinto a la opresión en el pecho y las ganas de dejar de vivir.
Daniel quiere vivir y parte del pueblo también. Pero nadie quiere perder poder. En una escena, en medio de una disputa por una posición, el Alcalde de la ciudad le dice al protagonista: “Puede que tengas razón, pero yo tengo el poder”.
El problema no es quién tiene el poder, sino para qué o mejor aún para ejercerlo ante quiénes.
El cura de la cárcel tiene el poder de animar o desanimar a un muchacho en la institución que está por salir al mundo. Cualquier persona vestida de cura, tiene el poder de predicar y expiar las culpas de los creyentes, el Alcalde tiene el poder de generar empleo bajo sus propias condiciones y las personas en duelo tienen el poder de decidir quién se merece estar dentro de su manto de piedad y dolor y quiénes no.
Daniel encuentra en el sacerdocio un lugar para lucirse, para esconderse, refugiarse, para ser amado y deseado. Sin embargo, solo puede identificarse con quienes ya no están y cuyos pasados también fueron trágicos; lo cual no parece un buen augurio.
Así todo, la obra de Dios sigue siendo misteriosa y, la presencia de esta oveja perdida, tendrá sus frutos aunque todo esté en su contra.
Una historia desoladora contada con compasión y expresada de manera magistral, en especial por la mirada penetrante de Bielenia, que sin ánimos de moralismos, nos arrima a pensar acerca de las consecuencias de no tener fe (o esperanza) en la posibilidad de transformación de las personas, en especial de aquellas “menos pensadas”⚫
Titulo: Corpus Christi
Año: 2019
País: Polonia
Director: Jan Komasa